martes, 10 de agosto de 2010

Sobre el libro de cuentos Tatuana, del zacatecano, de cuna y corazón, Gabriel Hernández García.

Todos, creo yo, que sin excepción, nos preocupamos de más sobre el qué dirán, les gustará, lo aprobarán, les apetecerá. Pero es momento de ponderar los esfuerzos personales, la lucha diaria, por grande o pequeña que parezca, que nos parezca, que les parezca.

Hay un poema del español Antonio Machado, que resume en unos cuantos versos, la necesidad de dejarse llevar, tener paciencia, dejar a un lado las preocupaciones, relajarse. Hoy diríamos, tomar unos cuantos Dalay, y sentir la vida, nada más.

El prosista español decía:

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya

--así en la costa un barco-, sin que el partir te inquiete.

Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;

porque la vida es larga y el arte es un juguete.

Y si la vida es corta

y no llega la mar a tu galera,

aguarda sin partir y siempre espera,

que el arte es largo y, además, no importa.

Esta cita me emociona en lo particular, desde la primera vez que la escuché, que se la escuché a un querido maestro colombiano, Héctor Abad, porque estoy segura que en estos tiempos violentos, así como él recita poemas durante los vuelos en avión para no desfallecer del pavor, nosotros tenemos que leer y releer historias que nos abstraigan un poco de este ir y venir tan perturbador.

Hoy, que la zozobra nos sobrecoge, que noticias como el levantón del compañero periodista Ulises , director del semanario La Opinión de Jerez, que, según informes extraoficiales, porque los oficiales no existen, estaría ya con su familia, reponiéndose de tan aberrante experiencia, es de verdad el momento para dar paso a la sencillez, a la originalidad y adentrarnos en la vida del pueblo. Ese que hoy está olvidado.

Y qué mejor manera que hacerlo de la mano de un luchador, de un antorchista de toda la vida que hoy enfrenta, con la fuerza de su convicción y de la imaginación, a un gobierno corrupto e impune, como el de Ulises Ruiz,

La Tatuana es un símbolo de la libertad de los pueblos originarios de América. Corresponde su belleza y firmeza con los pueblos libres que fueron encarcelados y esclavizados por el yugo de los poderosos.

Y no necesitamos ir a Guatemala para saberlo, para sentirlo. Gabriel Hernández se adentró a la mixteca oaxaqueña, pobre y sin oportunidades, y ahí conoció a la Tatuana indígena, la Tatuana mexicana. La olvidada a su suerte pero con la valentía suficiente como para revelarse.

Aquí está también la sabiduría del abuelo, que enseña a Raulito el valor de la felicidad, la salud, la compañía grata y la belleza de la naturaleza, por sobre el mercantilismo que día con día nos invade hasta dejarnos secos.

En este libro de cuentos, donde las pinceladas del pueblo de Oaxaca, de la gente humilde que vive en las comunidades más arrinconadas nos llevan a mundos misteriosos para los citadinos, tan trastornados con el estrés que relegamos las costumbres, ideologías y pesares de nuestros hermanos, encontramos también al maestro Chico López, abusivo y sinvergüenza que en carne propia siente el castigo del pueblo.

Las vivencias comunes se hacen presentes, nos envuelven y entristecen, al reconocer que tantos años de democracia no han sido suficientes para abatir la ignorancia y el miedo a lo desconocido que han mantenido en la sumisión a los indígenas mexicanos. Es una dura realidad con la que lidiamos a diario y que en este, su segundo libro de cuentos, Gabriel Hernández refleja a cabalidad.

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