sábado, 12 de diciembre de 2009


Un Buen Tipo





Por Claudia G. Valdés Díaz

Que callado es este amigo. No platica casi nada, no sé si es timidez o miedo, pero de que es un buen tipo, sí que lo es.
Leer es su pasión. Lo invitamos al bar, al antro, a bailar. Nada, su respuesta siempre fue la misma: “No puedo, no quiero”. ¡Vamos a la librería! Es la invitación explícita de este compañero de larga y delgada figura. Ahí, en La Noctúa, en la Plaza Central se desenvuelve sin temores. Busca y busca, por fin encuentra. Revistas, revistas y Jardín de Cemento, de Ian Macewan. Sólo por este pagó 70 bolívares, en total sin empacho se gastó casi 500, de los fuertes.
Y es que su vida es tranquila, sin precipitaciones, ni siquiera se esclaviza en banalidades como la televisión. Para qué si tiene de compañeras a la letras que se le agolpan en los pequeños ojos de ese rostro enmarcado en un sinnúmero de rizos cerrados.
A mi silencioso amigo lo emocionan las historias de vida, se conmueve. Por eso dedica su labor a rescatar historias donde una niña es protagonista. El amor de madre a hija y viceversa se entrelazan en un mar de corrupción que él denuncia. Esa es su labor como profesional, como periodista, y llega a Caracas a aprender. Lo quiere hacer mejor. Seguro lo logrará.

Carlos Atencio, Periodista panameño

 


En el ojo del Huracán





Por Claudia G. Valdés Díaz

Ha sabido estar en el ojo del huracán y salir avante. Su amplia sonrisa y carácter afable son sus armas. Desenvolverse en ese mundo teñido de rojo no es cosa fácil. Pocos son quienes lo aguantan, lo viven, lo sobreviven y, peor aún, lo disfrutan.
Ella, a su corta edad, ya supo lo que es ser vapuleada por sus propios compañeros periodistas. Por eso no suelta el cigarrillo, por eso entusiasmada nos platica sus experiencias diarias. Recuerda que en sus inicios formaba parte de ese grupúsculo de reporteros que caminan uno al lado del otro, aunque no siempre juntos. Supo separarse a tiempo y por ello su trabajo ahora se distingue.
Hoy vuela sola como águila, busca sus historias aparte, causa polémica. Qué importa que los demás piensen que no es solidaria con el medio, con los periodistas. La verdad debe estar por delante y ella así lo demuestra, así lo vive. Asume las consecuencias como periodista seria, capacitada, responsable.
Mujeres así necesita el mundo, arrojadas y dispuestas a defender su pasión, su profesión a pesar del qué dirán. Ironías de la vida, compañeros periodistas la fustigaron. Un compañero periodista la lanzó a la fama local.
Hoy, el curso concluye y ella volverá a sus guardias matadoras, a codearse con policías, a mirar muertos y tratar que su olor y rostro no se le peguen al cuerpo.
“Es moreno claro, cabello castaño y ondulado, ojos color miel y su labio inferior es un poco más prominente que el superior. Un metro 75 centímetros de estatura, hombros anchos y abdomen un poco más estrecho pero bien tallado, según deja ver la ropa que lleva puesta. Es pulcro, muy pulcro”. Así arrancó esa crónica sobre prostitución, periodistas y muerte que le valió ser blanco de las críticas. Yo sé que ese mismo arranque, en este curso, la hace también el blanco de las críticas, pero la diferencia es que esta vez sale muy, pero muy bien librada.

María Isoliett Iglesias, Periodista venezonala

viernes, 11 de diciembre de 2009

El Beso

Como a Héctor Abad Facioline le gustan las citas y sabe muchas de memoria –versos--, el próximo ejercicio tiene un prefacio: Unas líneas de Santa Teresa de Ávila, otra poeta de la propia lengua. “Las palabras precisas y verdaderas tienen el mismo poder de los actos”.

“Los escritores --y Abad ya no cita pero parece que siguiera declamando--, tenemos que ser capaces de que las palabras logren producir unas sensaciones tan fuertes, tan completas, que sean casi del mismo tamaño de los actos, que sean como vivir algo”.
Ahora, hoja en blanco, toca, en un párrafo, describir un beso.

El Beso en los Tiempos del A H1N1

No tocar, no vale. Ahora ni siquiera como saludo. ¿También para la intimidad? Nos preguntamos todos. El amor en los tiempos de la Influenza, del A H1N1 se ha transformado, y con él, con ello, también el beso. Ahora sólo son miradas, fuertes, apasionadas. No tocar, no vale. Las pupilas se dilatan, los ojos se llenan de agua, las pestañas se agitan, el sudor se hace presente. La respiración es agitada. Vaya el gobierno lejos con sus recomendaciones. Yo quiero besar, sentir la humedad de uno labios pero sin miedo, sin bacterias ni virus que me puedan llevar a la muerte. Quiero morir pero de amor, de pasión y éxtasis. Quiero respirar en su mejilla sin un gel antibacterial en las manos, quiero sus manos tocar y al mismo tiempo juntar los labios, intercambiar saliva. Jugar con su lengua. Pronto pasará, y el beso volverá a ser húmedo y tan cálido como él.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Adivina, Adivinador




Por Claudia G. Valdés
y Alexis Castro


-- ¡Es imposible!
No debe serlo, nada lo es…
--¡Será carísimo!
¿Pero qué es para ti carísimo?
--Claro, he viajado tanto, he pagado tanto ya
¿Te doy una referencia mexicana?
--Viene, dala
Será como ir a Acapulco y no meterse al mar
--Estoy contigo, nada debe ser imposible
¿Pero estás dispuesto a costear algo así? ¿A sobrellevarlo después? Podrías tener cargo de conciencia
--Mmmm, es algo clásico, no lo veré más. Esa es una verdad
Si, tendrías que volver. No sería un imposible hacerlo, insisto, nada lo es, pero sí suena ilógico, al menos por ahora, al menos por un tiempo
--Pero el tiempo juega contra nosotros
Es un juego, sí, y posible además…
Infinitas Formas Para Contar una Historia





Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Esta vez la lección va de la mano del catalán Jaime Gil de Biedma, más contemporáneo que Machado. Héctor Faciolince es contundente esta vez: “Tenemos que ser capaces de descubrir la música de la que somos dueños”, parafrasea el último verso de un soneto de Jorge Luis Borges.
“Son infinitas las maneras de contar una historia. De lo más banal se puede escribir algo interesante”.
El texto: Ejercicios de estilo, de Raymond Queneau. A partir de Notaciones, el autor aventura 99 maneras de contarlos. Hoy damos tres propias.

Notaciones
Raymond Queneau

En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él.
Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: “Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo”. Le indica donde (en el escote) y por qué.

Sinestesia

El fuerte olor a sudor estalla en los ojos, tantos apretones en el camión golpean como el chile de árbol en una sartén con aceite hirviendo. El fieltro del sombrero con cordón de ese tipo, que debe contar con unos 26 años, raspa en el andar como una sierra en un hermoso y gran Tule. El tono muy subido en su rostro responde a los empellones, salpica su molestia cual rojo atardecer en Zacatecas visto desde las alturas.
Hay un asiento vacío, ahora o nunca dice mientras se abalanza cual amanecer implacable que tiene al cerro de La Bufa como marco. Más tarde, un par de horas después, lo topo de nuevo, ahora está sentado en el graderío de la Plaza de Armas, justo al frente de la Casa de los Perros, platica con un amigo y su voz lo estremece, la siente en cada poro de la piel. Le Hace falta un botón, ahí, en el cuello; la revelación lo desciende de golpe a lo más profundo, ahí donde el sonido de la plata se vuelve codicia.

Subordinado

El tráfico es agobiante pero el viaje en camión es rápido y resguarda del frío a un hombre de 26 años, joven e inquieto que viste un ridículo sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, más su larguísimo cuello que lo envejece y hace diferente es víctima de los pasajeros que aprovechan la mínima ocasión para apretujarle y mostrarle desprecio ante tal vestimenta.
Martirizado se enoja, refunfuña contra todo aquel que pase a su lado, saca esa agresividad que pareciera oculta en ese atuendo tan pasado de moda pero que a él le encanta, por eso se avispa, con sus ojos busca un asiento que al fin divisa y se abalanza sobre él porque ya no aguanta más, sí que está cansado de ser el hazmerreír de esos pasajeros intolerantes.
El tiempo pasa y dos horas más tarde está sentado en la plaza, tratando de olvidar ese mal rato en el autobús pero con el alma una vez más en el cuerpo, sabe que tiene un amigo que lo reconfortará, pero no sabe que esta vez le reclamará el que siempre tan bien vestido, aunque pasado de moda, ahora le falte un botón, situación que regocija al amigo que cuando de su boca sale la frase, sonriendo observa la cara descompuesta del joven de 26 años.

Como Hemingway

¡Qué tráfico! Es joven y viste sombrero de fieltro con cordón. Triste el viaje en autobús, lo apretujan todos. Es molesto y por eso reclama aunque no sirva de nada, busca la venganza. Ahí hay un asiento vacío sobre el que se abalanza. Ahora ríe.
Esa alegría le dura dos horas. Un amigo en la Plaza le revira. Te falta un botón en el cuello.

Sixto, el Último Tinigua





Por Claudia G. Valdés Díaz

(Al periodista le toca escribir una historia tan buena que parezca mentira; al escritor de ficción le toca contar una historia tan buena que parezca verdad: Faciolince).


El calor extenuante se pega a la piel; los mosquitos son capaces de comerse vivo a cualquiera, en el ambiente la soledad es la mejor, la única compañía, que aunque entristece, emociona y alienta.
En esa verde inmensidad se alcanza a ver una choza. También está sola.
Pero Sixto Muñane, el último Tinigua sobre la faz de la tierra no está solo. Lo acompañan sus cantos, sus rezos y sus tradiciones que, a pesar del paso de los años, de la vida, de la gente y de los muertos, él preserva hasta que el último suspiro de vida se haga presente.
Ha sobrevivido porque sabe a la perfección que “para poder vivir en la selva hay que saber vivir y no meterse con nadie”.
Y no meterse con nadie implica no tener ningún contacto con la civilización. Por eso hace siete años que no habla en Tinigua con nadie. Su hermano, con quien convivía y le acompañaba murió, por eso ahora es un ermitaño de 72 años que habita en la serranía de La Macarena.
El siglo XX marcó el exterminio de esta etnia colombiana cuando colonos venidos del interior de la República llegaron para arrasar con todo. También el siglo XX marcó la llegada del narcotráfico a El Meta, lo que finalmente hizo huir a los que se negaban a abandonar sus ancestrales tierras. Entre ellos sus hijos.
La condición de sembrar coca y adentrarse en un mundo del que difícilmente se puede escapar no la aceptaron y huyeron con sus familias, con sus pertenencias a la espalda, con sus recuerdos al costado. Pero el patriarca no lo aceptó.
Han sido muchas las luchas de los Tiniguas, la más cruenta fue aquella emprendida por con el señor Palma, quien en una expedición fue cegado por la rabia al haber sido rechazado. Quería llevarse a la hermana de Sixto, no se le permitió. Intolerante ordenó matar a todas las mujeres jóvenes de la tribu. Les negó así el derecho a reproducirse y olvidarse lo que la risa de un niño reconforta y preserva.
Hoy, la risa que explayaba Sixto al cultivar se ha alejado, ya no se escucha porque además ya no conversa. El silencio es soledad.
La enfermedad también corroe. Pero él reza sus males. Solo se cura utilizando sus hierbas, sus conocimientos ancestrales le han valido unos años más de vida. Lástima que esos saberes están también por perderse y, ahora sí, no hay rezo que los preserve más allá de la muerte.
A él, a Sixto El Tinigua, casi lo mata una neumonía. A algunas mujeres que se arriesgan a cruzar caminando kilómetros de espesa selva, las mata el amor. Él no las ayuda en eso sí es enérgico: Cuando una mujer quiere que alguien se enamore, que lo haga sin ayuda.
La soledad de la selva, esa que empapa, que sofoca, al final le roba una ilusión a Sixto. Ya no se pinta más la cara con bejuco. Hace 20 años que no lo hace. Al último Tinigua ya no le gusta, ya no lo hará. Gusta a cara limpia vivir su soledad.

* Las lenguas en riesgo. Para Jon Landaburo, doctor en Lingüística de la Universidad de La Sorbona en París, y actual asesor del Ministerio de Cultura, es imposible preservar la lengua tinigua. “Este es el final. Lo único que nos queda es recoger sus testimonios y tratar de dejar registros de su voz, sus cantos y costumbres para la memoria histórica, pero ya no podemos hacer nada”.
* El Ministerio de Cultura cree que desde la época de La Conquista se han perdido entre cien y 200 lenguas en Colombia. Un reporte reciente de esa cartera reveló que además están por desaparecer el nonuya, de la familia uitoto (Putumayo); el carijona, de la familia Caribe (Bajo Cuquetá); el tororó de la familia Barbacoa (Cauca) y el pisamira, de la familia tukano (Vaupés).
Una Manojo de Lecciones





Apuntes de Sandra Lafuente


• No conviene escribir con las palabras de los políticos o los burócratas, que nunca hablan en lenguaje literario o periodístico. El lenguaje sencillo, tan despreciado, es el más poético y el más claro.
• Hay que ser generoso con el lector para que él, que no tiene los elementos, entienda rápido. Hay que hacerle las cuentas, facilitarle las cosas.
• No hay que tener miedo a repetir palabras, sobre todo sin son sustantivos. Si alguien tiene un cuchillo y acuchilla a alguien, ese cuchillo tiene que seguir siendo cuchillo en el mismo párrafo.
• El final es tan importante como el comienzo. Si logramos que el lector llegue hasta allí no le podemos dar cualquier cosa. El punto final tiene que dejar el tono de todo el artículo.
• Una cualidad de un buen escritor, y también de un buen periodista, es ser capaz de salirse de sí mismo, meterse en los pantalones del otro, y hablar como si fuera la otra persona.
• Siempre hay que encontrar un equilibrio entre la cantidad de información y la cantidad de recursos literarios que se usan para que el lector quede enganchado.
• Toda historia se juega en los detalles: uno entiende lo que está pasando en un sitio gracias a ellos, son los que le dan sabor a la escritura.
• Los finales, las frases, los títulos le pueden a uno caer del cielo. Lo que hay que tener es una canasta muy grande para que caigan donde es.

A un Buen Inicio, un Mejor Final





Caracas, Venezuela.- Al lector es necesario seducirlo. Es primordial. Vaya misión difícil, nunca imposible.
Para lograr ser leído hasta el punto y final se requiere sólo una cosa, saber cómo empezar. Empezar bien es tener un buen título y un mejor primer párrafo. Para eso no bastan los datos contundentes sino también la estética.
Abad Faciolince abunda en la riqueza que el uso de recursos de la poesía --"el alcaloide de la literatura: El decantador"-- pueden aportar a los textos.
La métrica: Los títulos más seductores suelen estar escritos en octosílabos, endecasílabos y heptasílabos, a veces.
Un buen ejercicio, leer en voz alta las entradas de varias novelas de Gabriel García Márquez, la de El Extranjero de Albert Camus, y Lolita de Vladimir Nabokov.
La aliteración bien usada; la repetición de sonidos, sobre todo de la primera letra de las palabras, dan el ritmo adecuado a cualquier crónica.
Paciencia

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
--así en la costa un barco-, sin que el partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.

(Consejos de un consumado escritor colombiano a sus talleristas venidos desde Perú, Panamá, Colombia, Puerto Rico, Argentina, México, y los anfitriones Venezuela. Dada su experiencia utiliza como intermediario a un poeta sevillano)





Caracas, Venezuela.- Antonio Machado es retomado por Héctor Abad Faciolince al inicio del Taller de Periodismo y Literatura, organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), y patrocinado por la Corporación Andina de Fomento (CAF). Para ello nada mejor que una oración, como las que se corean en las aulas del Opus Dei; como las que se recitan en el avión; esas que nos libran del miedo.
“El arte es un juguete", dice en sus Parábolas Antonio Machado. Héctor Faciolince con esta reflexión nos quiere llevar a un rincón poco visitado por los periodistas. Ese donde la paciencia es virtud. Como el poeta, el periodista debe plantearse su escritura con la tranquilidad de un barco que "aguarda que la marea suba" para partir.
El poeta de la generación del 27 reconforta de cualquier forma, y el profesor lo recalca: Relájense, no se estresen, tengan paciencia, finalmente “no importa”.
Sandra Lafuente, la relatora venezolana, detalla en el blog del taller las palabras de Faciolince: “El arte es un juguete, la literatura es un juguete, el periodismo también es un juguete y es muy difícil (…) Un taller no es grave, es una manera de mejorar en el trabajo, es un juguete y espero que juguemos un poquito con las palabras. A los periodistas no les queda casi tiempo de jugar con las palabras”.

La Búsqueda