jueves, 10 de diciembre de 2009


Sixto, el Último Tinigua





Por Claudia G. Valdés Díaz

(Al periodista le toca escribir una historia tan buena que parezca mentira; al escritor de ficción le toca contar una historia tan buena que parezca verdad: Faciolince).


El calor extenuante se pega a la piel; los mosquitos son capaces de comerse vivo a cualquiera, en el ambiente la soledad es la mejor, la única compañía, que aunque entristece, emociona y alienta.
En esa verde inmensidad se alcanza a ver una choza. También está sola.
Pero Sixto Muñane, el último Tinigua sobre la faz de la tierra no está solo. Lo acompañan sus cantos, sus rezos y sus tradiciones que, a pesar del paso de los años, de la vida, de la gente y de los muertos, él preserva hasta que el último suspiro de vida se haga presente.
Ha sobrevivido porque sabe a la perfección que “para poder vivir en la selva hay que saber vivir y no meterse con nadie”.
Y no meterse con nadie implica no tener ningún contacto con la civilización. Por eso hace siete años que no habla en Tinigua con nadie. Su hermano, con quien convivía y le acompañaba murió, por eso ahora es un ermitaño de 72 años que habita en la serranía de La Macarena.
El siglo XX marcó el exterminio de esta etnia colombiana cuando colonos venidos del interior de la República llegaron para arrasar con todo. También el siglo XX marcó la llegada del narcotráfico a El Meta, lo que finalmente hizo huir a los que se negaban a abandonar sus ancestrales tierras. Entre ellos sus hijos.
La condición de sembrar coca y adentrarse en un mundo del que difícilmente se puede escapar no la aceptaron y huyeron con sus familias, con sus pertenencias a la espalda, con sus recuerdos al costado. Pero el patriarca no lo aceptó.
Han sido muchas las luchas de los Tiniguas, la más cruenta fue aquella emprendida por con el señor Palma, quien en una expedición fue cegado por la rabia al haber sido rechazado. Quería llevarse a la hermana de Sixto, no se le permitió. Intolerante ordenó matar a todas las mujeres jóvenes de la tribu. Les negó así el derecho a reproducirse y olvidarse lo que la risa de un niño reconforta y preserva.
Hoy, la risa que explayaba Sixto al cultivar se ha alejado, ya no se escucha porque además ya no conversa. El silencio es soledad.
La enfermedad también corroe. Pero él reza sus males. Solo se cura utilizando sus hierbas, sus conocimientos ancestrales le han valido unos años más de vida. Lástima que esos saberes están también por perderse y, ahora sí, no hay rezo que los preserve más allá de la muerte.
A él, a Sixto El Tinigua, casi lo mata una neumonía. A algunas mujeres que se arriesgan a cruzar caminando kilómetros de espesa selva, las mata el amor. Él no las ayuda en eso sí es enérgico: Cuando una mujer quiere que alguien se enamore, que lo haga sin ayuda.
La soledad de la selva, esa que empapa, que sofoca, al final le roba una ilusión a Sixto. Ya no se pinta más la cara con bejuco. Hace 20 años que no lo hace. Al último Tinigua ya no le gusta, ya no lo hará. Gusta a cara limpia vivir su soledad.

* Las lenguas en riesgo. Para Jon Landaburo, doctor en Lingüística de la Universidad de La Sorbona en París, y actual asesor del Ministerio de Cultura, es imposible preservar la lengua tinigua. “Este es el final. Lo único que nos queda es recoger sus testimonios y tratar de dejar registros de su voz, sus cantos y costumbres para la memoria histórica, pero ya no podemos hacer nada”.
* El Ministerio de Cultura cree que desde la época de La Conquista se han perdido entre cien y 200 lenguas en Colombia. Un reporte reciente de esa cartera reveló que además están por desaparecer el nonuya, de la familia uitoto (Putumayo); el carijona, de la familia Caribe (Bajo Cuquetá); el tororó de la familia Barbacoa (Cauca) y el pisamira, de la familia tukano (Vaupés).

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